Teoría del valor-sufrimiento
Una aproximación a la escuela económica imperante en nuestro país.
“¿Y no pudiera ser que el hombre no sólo ame la prosperidad? ¿Y que en la misma medida ame también el sufrimiento? ¿Y no pudiera ser que el sufrimiento le aporte las mismas ventajas que la prosperidad?” (Fyodor Dostoievski, Memorias del subsuelo)
Los lectores de anteriores entradas ya habrán notado que la economía es un tema que me interesa mucho. He leído algunas obras paradigmáticas de distintas escuelas —Camino de servidumbre, La gran transformación, algunos capítulos de El Capital — que me han servido para hacerme una composición de lugar, he tomado lo que me interesaba y desechado lo que no. Estoy lejos de ser un entendido en la historia del pensamiento económico, en el mejor de los casos solo he rascado la superficie. También me falta bagaje en lo relativo al cristianismo, un tema que también abordaré, entreverado con la economía. Este artículo, por tanto, se construirá a tientas; pido perdón de antemano ante cualquier desliz.
No pain, no gain
La Teoría del Valor Sufrimiento (de ahora en adelante TVS) es una teoría heterodoxa que considera que el valor de las cosas está determinado por la cantidad de sufrimiento padecido en su consecución. Hay en ella claras reminiscencias de la teoría del valor-trabajo y de hecho, leyendo en wikipedia la entrada de esta última, me ha sorprendido la siguiente cita de Adam Smith en la que se mencionan explícitamente el esfuerzo y la fatiga:
«El precio real de todas las cosas, lo que cada cosa cuesta realmente a la persona que desea adquirirla, es el esfuerzo y la fatiga que su adquisición supone. Lo que cada cosa verdaderamente vale para el hombre que la ha adquirido y que pretende desprenderse de ella o cambiarla por otra cosa es el esfuerzo y la fatiga que se puede ahorrar y que puede imponer sobre otras personas»
Este fragmento, que me parece da alas a esos desmentidos tan superfluos que se le suelen hacer al valor-trabajo, sería una buena definición del valor-sufrimiento. Smith — que publica La riqueza de las naciones en 1776, en los albores de la primera revolución industrial y, por lo tanto, antes de que sus efectos se dejasen notar — no menciona en ningún momento la productividad, el talento o el ingenio, factores que pueden hacer el mismo esfuerzo más provechoso.
Hay numerosos ejemplos que podemos poner para explicar la TVS. Los más evidentes serían esos jefecillos a los que les interesa más que sus subalternos calienten la silla a que saquen el trabajo adelante, esas profesoras (o profesores, aunque en ellos no sea tan frecuente esta actitud) a las que le da urticaria ponerles buenas notas a los alumnos inteligentes que no necesitan dejarse los cuernos o los distintos estándares que existen hoy en nuestro país para hombres y mujeres en las pruebas físicas para bombero. Se puede ver también en ese deleite morboso que muchos experimentan al ver a robots humanoides cortando trigo de forma menos eficiente y más ¿sufrida? que una segadora industrial.1 Con todo, mi caso favorito es la pandemia de coronavirus. Empezando por la cuarentena, cuanto más larga mejor, siguiendo por las reacciones histéricas ante la desescalada y terminando con la vacuna, donde la conveniencia de ponérsela era algo residual. Mucha gente lo pasó muy mal tras inyectarse, con dolor fuerte en el brazo y 40 grados de fiebre; sufrimiento acatado con gusto por personas que luego se infectaron del virus, sin casi secuelas — “menos mal que me puse la vacuna, que sino…” —. Los hubo incluso que ya habiendo pasado la enfermedad con cefalea leve y avisados de las dolencias provocadas por la vacuna, decidieron ponerse las dos banderillas de rigor y la de refuerzo.
Lo expuesto hasta ahora deja entrever cierto desprecio a la TVS por mi parte, quizá porque uno es haragán, acomodado y en ocasiones algo cobarde. Haríamos mal en desecharla por completo ya que hay mucha sabiduría en ella. El hábito hace al monje y la práctica al maestro, ni siquiera los talentosos están libres de practicar una y otra vez si quieren perfeccionar su técnica. En ocasiones hay atajos, sí, pero a veces es mejor pagar el precio de no tomarlos. El mejor ejemplo serían las drogas o el porno, que ofrecen gratificación instantánea y liberan dopamina sin necesidad de esforzarse; es más sano conseguir lo mismo mediante otros métodos más arduos como el ejercicio físico. Precisamente el proceso en el que los músculos se fortalecen es una buena metáfora que apuntala esta loa al sufrimiento: las fibras musculares han de romperse primero para hacerse más fuertes después.
Católicos y protestantes
Creo evidente que hay en la TVS una raigambre de moral cristiana. Habitamos en un valle de lágrimas que dejamos atrás a nuestra muerte para ascender a un cielo libre de penas. Se intuye también más afinidad con el catolicismo que con la miríada de iglesias surgidas de la Reforma, aunque la mención de Adam Smith al esfuerzo y la fatiga me han hecho reflexionar sobre el tema. Murray Rothbard apunta lo siguiente:
«Estoy convencido que Smith, quien provenía de la tradición Calvinista, sesgó toda la teoría del valor al enfatizar el sufrimiento del trabajo, típico de un Puritano. Toda la tradición del costo objetivo salió de allí»2
Es famosa la tesis de Weber según la cual el modus vivendi protestante planta la semilla que hace florecer el capitalismo moderno, el “ahorro y trabaju duru” desemboca en excedente y la ética puritana hace que este se reinvierta en el negocio y no se dilapide en otros fines. La tesis hoy se considera desfasada por varios motivos, pero, matizándola, hay verdad en ella. Trabajo como virtud, trabajo como valor. Esta relación no está tan clara en la religión católica, donde el trabajo se contempla más como castigo divino que como gracia. El éxito económico, buscado en el calvinismo, es sospechoso en el catolicismo, que sigue la famosa máxima de Jesús: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios». No es de extrañar que en España, martillo de herejes y luz de Trento, se valore el sufrimiento redentor mucho más que el trabajo y sus rendimientos.
Me duele España
“En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle” le dice Bernarda Alba a sus hijas (una de ellas se llama Angustias, otra Martirio) tras la muerte de su marido. Noventa años después, Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno, grita histriónica en el estrado del Congreso de los Diputados que “hoy subo aquí, señor Feijoo, en nombre de mi padre [recién fallecido] porque él no querría jamás que gobernaran las derechas en este país”. El recogimiento extremo deja paso a una suerte de estajanovismo del dolor, mas la esencia es la misma. Algunos defienden que es todo impostado y no les faltan motivos, la tiranía del espectáculo provoca la planificación del más mínimo gesto. Es aquí donde se abre la fisura entre las dos Españas, la flamenca y la listilla, el Quijote y el Lazarillo. Sean o no las lágrimas de Yolanda de cocodrilo, esas lágrimas son las que funden las dos Españas en una, eterna plañidera. De entre las naciones históricas, solo Rusia comparte, a su modo, estas vicisitudes del dolor.
Se podría argüir que los puntos centrales del debate nacional no son más que una versión modernizada de esta glorificación del sufrimiento. Empezaré por el gran becerro de oro del Régimen del 78. ¿Qué es el “yo he cotizao” sino una declaración de que se ha sufrido durante cuarenta años? Es superfluo que los números den o no, el caso es que el pensionista ha transitado esta tierra de penurias con confianza ciega en la recompensa prometida. La escatología del Cielo eterno se transmuta en nuestra época materialista en la Pensión eterna. Otro ejemplo sería la oposición. Muchos españoles dedican buena parte de su juventud a memorizar tochazos infumables sin aplicación en la vida real. Si suspenden tendrán que seguir estudiando y, en algunos casos, entrar en una infernal bolsa de trabajo en la que te mandan hoy a un sitio y mañana a otro. Pero si aprueban… ¡Ay, si aprueban! Tras meses y meses dejándose las pestañas en folios y pantallas, no es un empleo lo que se está obteniendo. Los propios funcionarios no hablan de su trabajo, sino de su Plaza. Han entrado en el Reino, ¡y pobres de los que, mediante lógica económica y demás zarandajas, intenten sacarles de él! Completa esta trinidad del sufrimiento la hipoteca. Escribí semanas atrás como la compra de vivienda no siempre es la mejor opción: obliga al endeudamiento, lamina los ahorros y resta libertad. Se entiende mejor esta fijeza con ponerte una soga al cuello para los próximos 40 años si a este mundo hemos venido a penar.
Piso, Plaza, Pensión: las tres pes eternas, trasuntos del paraiso. Cotización, oposición, hipoteca: trasuntos de la cruz a cuestas.
Termino llamando la atención sobre otro hecho muy particular que se da en nuestro mercado laboral. En otros países es perfectamente normal que muchos perfiles técnicos no quieran pasar a gestión y continúan toda su carrera picando código — o lo que se tercie—. Esto es harto complicado en España, donde los sueldos y la estructura de las empresas empujan al perfil senior a meterse a mando intermedio y dirigir equipos. ¿No es esto otro fenómeno derivado de la TVS, que reduce al operario a mero sufridor?